viernes, 24 de junio de 2016

Derechos y deberes

           Solemos dar por hecho que disponer de un derecho no conlleva la obligatoriedad de disfrutarlo, pero cuando se trata de los derechos de los trabajadores, obtenidos con la lucha y la muerte de tantos, me pregunto hasta qué punto tenemos el derecho de no hacer uso de los derechos.

                He soportado muchos trabajos precarios, sin contrato, con contratos de mierda, con sueldos de mierda, horarios de mierda. Los aguanté porque era madre sola y no me quedaba otra si quería poner lentejas en la mesa, pero llegó un momento en el que mi cuerpo y mi mente empezaron a pasar factura, cada vez más gravemente. Desarrollé dos enfermedades crónicas y mi calidad de vida descendió drásticamente después de 8 años de maternidad en solitario y trabajos de mierda, doble jornada y un cuerpo que se quejaba cada vez más a menudo.

               El año pasado toqué fondo trabajando en una organización que demandaba de sus trabajadores un rendimiento por encima de lo estipulado en nuestro contrato, con horarios fuera de la jornada, fines de semana y mucho trabajo en casa, con la consecuente dificultad para separar espacios entre lo laboral y lo personal. Cuando nos exigían dar “un poco más” todo el mundo daba por sentado que era nuestra responsabilidad darlo, ya fuese un martes hasta las 9 de la noche o un sábado o un fin de semana con puente. Cuando le dije a mi coordinador que yo no podía seguir así, que necesitaba atender a mi familia (y solo demandaba no trabajar tantas horas en casa, fuera del horario laboral) me dijo “tú tienes un hijo pero yo tengo un gato” y que había que apechugar. Lo intenté, hasta que reventé. Físicamente estaba mal, emocionalmente peor. Decidí hacer uso de mi derecho a una baja laboral aun sabiendo que eso me supondría la no renovación del contrato.

                Así fue, y aun un año después no estoy repuesta de todo aquello, sufro de ansiedad cada vez que pienso en volver a llevar ese ritmo demencial de horas de trabajo fuera, de trabajo en casa, de crianza, y nada de tiempo para cuidar mi cuerpo, mi vida social, mis aficiones, a mí misma. Sufro de ansiedad, y cuando alguien acepta un turno fuera del suyo  y dice “no me importa”, y lo vuelve a aceptar y vuelve a decir “no me importa”, o hace 12 horas de jornada en lugar de 8 o 10 y dice “no me importa” pienso que a mí sí me importa, y que porque a mis compañeros no les importaba y a mí sí, ellos siguen trabajando, renunciando a sus derechos, y yo estoy en paro, con mis derechos intactos, pero sin usar, porque no tengo trabajo.

                      Cada vez que renunciamos sistemáticamente a un derecho laboral porque "a mi no me importa", estamos vendiéndonos y con nosotras, a todas las demás, porque nuestro "no me importa" supone que a quien sí le importa le dejamos con la única opción de elegir entre renunciar a sus derechos, o perder su empleo, acostumbrados como están los empleadores a que "a nadie le importe", lo excepcional se vuelve la norma, y estar al 100% supone estar por encima del 100%. O a la puta calle.

                El domingo votaréis a la izquierda en espera de que defiendan vuestros derechos, y muchxs os olvidaréis, como olvidáis cada vez que aceptáis condiciones de explotación, que los derechos se defienden ejerciéndolos. No podemos conformarnos con actos políticos el día de las elecciones, lo político es constante, cotidiano, diario, en cada decisión que se toma o no se toma, asumiendo los riesgos que conlleve.

                Un buen amigo suele decir “en mi hambre mando yo”, y lo suscribo totalmente. Hay quienes no pueden permitirse ejercer sus derechos porque tienen personas que dependen de ellos,  pero sí puede quien cobra 1.500 euros y no necesita hacer más horas para ganar más (porque se puede vivir con eso) o quien vive aún con sus padres, o quien no tiene cargas familiares, o una vivienda que pagar cada mes. Podemos vivir con dignidad, con tiempo para nosotrxs, o vivir vendidos por cuatro putos duros. Acordémonos no solo el domingo cuando vayamos a votar a esos que esperamos que nos resuelvan la papeleta para después traicionar cualquier logro que puedan obtener para nosotros. Grabémonoslo a fuego: LOS DERECHOS QUE NO SE EJERCEN, SE PIERDEN.