miércoles, 24 de diciembre de 2014

TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN (TDA): CUESTIONANDO LA ETIQUETA

Los diagnósticos de TDAH aumentan cada año ¿estamos ante una epidemia?*
La gravedad del asunto requiere la concisión necesaria para llegar a cuantos más, mejor, pues me consta que existe esa necesidad de hablar y leer sobre el tema desde un punto de vista no exclusivamente médico, por lo que además de breve, trataré de ser útil.
Al abordar este tema, me planteo dos preguntas básicamente: ¿El TDA es un trastorno, o un síntoma? Sea lo uno o lo otro ¿se trataría de un trastorno/síntoma del niño, o de la escuela como institución social?

Escribo como maestra de primaria, como educadora social y como madre de un niño diagnosticado con TDA, y como partir de sí es político, comparto desde aquí nuestra experiencia y mis reflexiones al respecto. 

Hace 3 años se nos habló de una "incapacidad biológica que impedía focalizar la atención y que requería medicación", diagnósitico que me pasé por el himen que algún día perdí montando en bici con cara de bicicleta (  ver
http://blogs.publico.es/strambotic/2014/09/hipercondriacos/).

Cero medicación en tres años, atención en casa, Presencia, pautas pedagógicas, trabajo en equipo con las tutoras del centro de mi hijo, tiempo tiempo y Tiempo para ayudar a mi hijo a estructurar sus rutinas y para darle vida en su estilo de pensamiento y sentimiento a la par que echándole un cable para adaptarse a un entorno hostil a la infancia pero del que no puede marcharse (mientras los docentes hacemos lo que podemos por cambiar el sistema, los niños y niñas tendrán que encontrar, con ayuda de las familias, estrategias adaptativas al entorno que no siempre quiere o puede atender sus necesidades). Y todo eso sin dejar de ser él mismo.
Tres años después en la revisión de psiquiatría el especialista que quería medicarlo (y tras el cual apoyaron la medicación 3 tutoras del centro de mi hijo y recientemente dos compañeros de mi centro) me dice que "ya no hay trastorno". Vaya, algo que "no se cura" ya no está, y como no está, dicen que lo que tiene es la "condición" inatenta pero no el trastorno. Total, que una enfermedad incurable, como el supuesto TDAH, para el que hay medicar, pero no para curar sino para paliar "síntomas", desaparece sin medicación y se quedan tan panchos.

La explicación del psiquiatra fue la siguiente: ha cedido el trastorno, ahora mi hijo solo tiene la condición inatenta, y no volverá a diagnosticar trastorno a menos que la condición interfiera con dos áreas de su vida (las áreas de diagnóstico son escuela, familia y socialización). Un mes después del cambio de diagnóstico, ante el que nos sentimos felices en su momento, mi hijo empieza a presentar de nuevo síntomas de trastorno, cuando en casa y en la escuela manifiesta tics y conductas ansiosas que había dejado atrás hace meses.

No es casual ni aleatorio que presente los tics ahora y no hace seis meses: hace seis meses trabajaba en equipo con una tutora que comprendía las necesidades de la condición inatenta y que exigía rendimiento sin presionar al niño, que animaba a la toma de responsabilidades sin sobrecargar, que enfatizaba los logros para apoyar las dificultades. Hoy nos encontramos con una tutora que arranca las hojas de los cuadernos de los niños y niñas y las tira hechas una bola a la papelera, que amenaza con dejar sin recreo a mi hijo “para que reflexione”, por olvidarse de apuntar en la agenda uno de los ejercicios del día siguiente. De nuevo comienzan las notas de casa al colegio insistiendo en que no es un olvido intencionado ni un acto de falta de reflexión consciente, que el problema es otro, que la condición no es voluntaria, que una estrategia como castigar sin recreo a un niño que necesita desconectar para volver a conectar es tan ineficaz y contraproducente como castigar a un niño con autismo por no socializar con los compañeros.

La falta de comprensión del asunto es alarmante, y pido tutoría insistentemente, a lo que insistentemente se me insta a realizar la misma durante el horario lectivo (a las doce y media de la mañana). Al ser docente, me resulta incompatible con mi propio horario lectivo y acordamos una cita telefónica. Insisto en la necesidad de pautas específicas, hago llegar el informe psiquiátrico a la escuela, con recomendaciones específicas, continúa el cruce de comunicaciones vía agenda, y los tics aumentan día a día. Mi hijo manifiesta su miedo a ser etiquetado “no quiero llamar la atención, solo me pregunta a mi si he terminado el examen, me siento mal”, y su miedo a no seguir el ritmo de los demás, me resulta casi imposible que renuncie a hacer todos los deberes y le veo hasta las nueve de la noche haciendo tareas de lengua, mates, conocimiento del medio e inglés, fichas de comprensión lectora… todo en el mismo día.

No quiero privarle del tiempo de juego, no quiero privarle del tiempo en familia, no quiero privarle del deporte extraescolar que le sirve para descargar energía y tensión, para jugar, para relacionarse con otros niños, no quiero quitarle eso para que siga sentado tres horas más después de toda una jornada escolar sentado ante un pupitre.
No puedo responsabilizar solo a la maestra, mi trabajo alarga mi jornada entre correcciones, tutorías, cursos de formación y coordinaciones entre docentes hasta las ocho o nueve de la noche y no consigo poder seguir apoyando a mi hijo en casa, me siento entre la espada y la pared y lo único que atinamos a hacer es sentarnos en la cocina los dos, compartiendo mesa y bolígrafos, haciendo deberes él, corrigiendo exámenes yo, en un simulacro de estar juntos en el que solo los cuerpos están realmente presentes.

Llegados a este punto, quedan claras mis conclusiones al respecto: El TDA es un trastorno de la escuela y la sociedad, no de los niños y niñas, que se resolvería fácilmente si:

·         Los profesionales de la educación comprendiesen que la condición inatenta es mejorable con mucho trabajo y esfuerzo, pero no solucionable a base de castigos, porque no es voluntaria ni fruto de la irresponsabilidad.

·         Se asumiese que el déficit de atención no implica una “incapacidad” para la atención, sino más bien un desplazamiento de la atención de modo selectivo, acorde a un estilo de pensamiento concreto (más acorde a una estructura mental imaginativa y que atiende a intereses particulares, lo que no siempre se contempla en la escuela).

·         No se confundiese diversidad de estilos de pensamiento y de estar en el mundo con trastorno de conducta. Asimilar ambos supone trastornizar la diversidad de modos de ser.

·         Se asumiese que diversidad es riqueza, no carencia: Las medidas de atención a la diversidad contemplan estrategias sencillas como las adaptaciones metodológicas, que suponen algo tan sencillo, por ejemplo, como dar un tiempo extra para la realización de los exámenes en el caso de déficit de atención, o rebajar el número de tareas para aquellos niños y niñas que no tienen un ritmo rápido de ejecución. Entender la diversidad de estilos cognitivos como simple diferencia y no como carencia ayudaría mucho, dando la posibilidad a todos los niños y niñas a desarrollar tareas que implican estrategias variadas (con frecuencia, los niños y niñas con TDA suelen ser especialmente buenos en tareas orales, y particularmente lentos en las escritas; destacados en tareas creativas e imaginativas, lentos en las mecánicas y puramente memorísticas).

·         Los profesionales de la educación asumiesen que la vida fuera de la escuela es tan importante como la de dentro de la escuela, y que las horas después de las cinco de la tarde han de ser de libre disposición de los niños y niñas y sus familias (no estaría de más que los docentes confiasen en la responsabilidad y capacidad pensante de las familias con las que trabajan, sin asumir tutelajes no necesarios ni solicitados).

·         Los centros de trabajo facilitasen medidas de conciliación reales que permitiesen la vida fuera del horario laboral.

·         Los especialistas en salud mental trabajasen en mayor coordinación e interdisciplinariedad con los especialistas en educación y desde una óptica más integral, si así fuera no medicarían con tanta ligereza y muchos de los niños y niñas afectados mejorarían su condición sin necesidad de fármacos cuyos efectos secundarios a largo plazo son cuestionables.

Me hallo en un punto complicado, siento que he de empezar de nuevo la casa desde casi los cimientos, con un equipo en el centro de mi hijo que parece haber caído de un guindo, que deshace el trabajo previo de sus compañeras, el mío y el de mi hijo, que contradice el último diagnóstico médico que afirmaba una mejora, provocando de nuevo un empeoramiento. Pero no me rindo, sé que se puede, ser por donde actuar, y lo voy a hacer, y os animo, si os identificais con mi caso, a que lo hagáis, sin perder las ganas. Nos toca seguir luchando contra gigantes aunque digan que son molinos quienes no ven más allá de sus narices, y a nuestros hijos les toca seguir sobreviviendo y avanzando en una sociedad que lo pone todo en contra.
Tendremos que seguir siendo desobedientes y no hacer todos los deberes que nos mandan, ni tomar las pastillas que nos recomiendan, ni obedecer los castigos que quieren imponernos, y desetiquetándonos de las etiquetas que nos cuelgan. Desobedecer puede ser muy bueno. Las autoridades sanitarias pueden ser desautorizadas. La industria médica aún puede ser desmontada. Los profes tal vez no siempre lo saben (sabemos) todo. Y además, qué sano y qué rico es sacar la lengua a "los que saben" y saber, desde las tripas, la experiencia y el alma, lo que de verdad cada cual necesita. ¿Antimedicinas? no. Antimedicalización de la vida. ¿Anti-escuela? No, anti escolarización de la existencia.


Nota: datos sobre prevalencia del TDAH http://www.cdc.gov/ncbddd/spanish/adhd/data.html

sábado, 1 de noviembre de 2014

TERRITORIO MINADO (LUCES Y SOMBRAS)

TERRITORIO MINADO (SOMBRAS)

Muchas veces he hablado y escrito sobre lo que supone ser familia monomarental en una cultura que ha perdido el valor de la comunidad en la crianza de las criaturas, que son el mayor bien social, pero estos días el discurso y la emoción se amplifican al ser tocados por las situaciones de mi entorno, consecuencias directas de un sistema de valores que pone en el centro el trabajo productivo, amenazando, directamente, el reproductivo.

Hubiera querido tener más hijos, pero con dificultad me las arreglo para vivir atendiendo todas mis dimensiones: madre, trabajadora, activista, persona, mujer, ser sexual, ser deseante y con sueños y proyectos, cuerpo con potencialidad y limitaciones. He tenido que hacer renuncias que ellos (con O) no hacen, elecciones y priorizaciones que ellos, en su mayoría, ni contemplan. La vida profesional y la familia en el centro, la vida personal en la lejana periferia, a la que casi no alcanzo, la salud como meta difusa a la que a duras penas puedo atender. El activismo, arrinconado; la sexualidad, pospuesta y adormilada; la vida social, relegada; futuras maternidades, descartadas. No sé dónde quedo yo entre tanta lucha cotidiana.

Hablo con mi amiga X, que desea ser madre y no lo es porque durante cuarenta y dos años no tuvo ni la situación económica ni el compañero ni el apoyo para criar, y hoy ya no puede hacerlo porque el tiempo pasó rápido en su cuerpo; hablo con mi amiga Y que decide abortar porque sabe que elegir criar supone descarrilar profesionalmente y se enfrenta a la elección con relativa convicción y necesario dolor; hablo con mi amiga Z que no inicia el proceso de acogida de menores porque no tiene respaldo de su entorno inmediato para sacar adelante a un hijo y a un niño acogido. Frustración aquí y allá, identidades fragmentadas por todas partes, elecciones que parecen afectarnos solo a nosotras, y que no tomamos en libertad real, sino presionadas por un medio ambiente hostil, una cultura contra la vida, aunque proclame lo contrario.

No es obligatorio ser madre, es una elección personal, al menos así lo formulamos pero la realidad es otra: la realidad impone maternidades frustradas y maternidades impuestas. Madres que quieren serlo y no pueden, mujeres que no quieren serlo y son obligadas a golpe de ley, crucifijo y falo.
Los hombres, en su mayoría, permanecen ajenos a las disyuntivas, ausentes de los debates. Ellos viven sin más y su lucha -si la hay- es de clase, y en ella se centran -si lo hacen- olvidando que nosotras cada día enfrentamos dilemas, renuncias, rendiciones, frustración y culpabilidades que no nos corresponden más que en virtud de un sexo que se decidió secundario. ¿Dónde están nuestros compañeros?

Gobiernos “religiosos” que se proclaman pro-vida imponen nacimientos y maternidades no deseadas mientras mutilan maternidades existentes, vidas que caminan y respiran desatendidas y desamparadas, dicen proteger a los no nacidos mientras desahucian a madres e hijos de sus casas, hipotecan vidas por impago en la hipoteca, el dinero sobre la vida, el discurso sobre los hechos, la hipocresía sobre la honestidad cotidiana de quién solo quiere hacer bien lo que le toca, en soledad y sobrecarga. Gobiernos coercitivos, compañeros ausentes, éticas hipócritas, y entre ellas, nosotras, en medio del fuego cruzado.

Me pregunto cuánto tiempo más podrá soportar la sociedad esta flagrante deserción del cuidado de las cuidadoras, me pregunto cuánto tiempo más se sostendrá una cultura que no sostiene a las sostenedoras. Me pregunto cuánto tiempo más aguantaremos la carga en nuestros cuerpos, la renuncia en nuestras almas, sin rebelarnos de una vez por todas. Me pregunto cómo rebelarme si en mi ausencia, durante mi rebelión, nadie se hará cargo de mi carga, que es la de todos al fin y al cabo. Me pregunto porqué dar vida habría de suponer una carga y no un trabajo, difícil a veces, gozado otras, pero valorado y compartido siempre, si los patrones que nos rigen fuesen otros, más razonables, más justos, más equitativos, más acordes con lo que en el fondo somos unos y otras, humanidades y seres vivos. No podemos seguir organizados en producir cosas, a veces tangibles a veces intangibles, abandonando el centro de lo que somos; si no asumimos, urgentemente, que somos ante todo seres interdependientes y necesitados de otros y otras, si no asumimos que somos ante todo Vida y sostenemos las vidas que ya caminan, antes o después el petardo (porque vivir así es un jodido insostenible petardo) nos acabará explotando en la cara.

Y explotará, tengo esa certeza, aunque ellos ignoren -en su privilegio y mirando a otra parte- que viven, vivimos, en territorio minado.

TERRITORIO MINADO (LUCES)

¿Y si a pesar de todas las sombras elijo las luces?
¿Y si a pesar de todas las deserciones decido buscar las alianzas?
¿Y si a pesar de mi isla decido que no sea desierta y que sea, sí o sí, fértil?

No se trata de glorificar la maternidad como el mandato mistificado y mitificado, se trata de hacer brillo de lo opaco, dignidad de lo humillado, completud de lo mutilado, honra de lo desvalorizado, riqueza de lo saqueado. Por rebeldía, por justicia, por mis humanos benditos ovarios y mi furia hecha motor y mi indignación reciclada en combustible.

Hablamos de legítima libertad, hablamos de estar donde una está, en presencia, sabiendo que en la lucha diaria también hay gozo, desobediente, negándome a que me priven de lo bello y de lo alegre. Cansada pero no vencida, sigo reclamando nuestro espacio, si hace falta echándole codos, pero sin que me quiten la abonada rabia y la legítima sonrisa.


Hay, pese a todo, espacio para la libertad incluso entre las cuatro paredes del violento patriarcado y me erijo matriarca de mi propia vida, y desde aquí llamo a otras a rebelarnos y revelarnos y tender redes y puentes y lazos y aullidos.
No me resigno, no me rindo, no me someto. Hay, pese a todo, espacios para la alegría y el disfrute, ahí está no nuestro refugio, sino nuestra bandera, el signo que proclama que no nos vencerán y encontraremos el modo de ganar diariamente y cada una un centímetro cúbico de autoridad y poder, poder para ser, y no cederemos. Nos va la Vida en ello.


lunes, 15 de septiembre de 2014

EL SEXO HETEROSEXUAL EMPIEZA A SER UN ASCO


Mis amigas se rieron mucho cuando les conté que después de meses de sequía y algún que otro polvo nada memorable había por fin encontrado a un hombre que me equilibraba los chakras. Claro, era una forma muy simplificada de explicar cosas más complejas, y al leer hace un par de días un texto fundamental de Milagros Rivera, El Cuerpo Indispensable, sentí la necesidad de poner en claro a qué me refería.

El párrafo al que aludo es el siguiente: 

“Toda la vida me ha acompañado una sorpresa: oír decir, atribuirle a una mujer, que solamente se la amaba por su cuerpo. Como si esto fuera insatisfactorio, como si no significara apenas nada”.
Como si el cuerpo fuera poca cosa, cuando es tanto, en sí mismo como sustancia, o como significante para muchos significados, o como vehículo de comunicación, de puesta en relación, de expresión de mensajes. Tiene mucho que decir el cuerpo, y sin embargo el cuerpo de las mujeres ha sido utilizado por el patriarcado para sus fines, y con ello mutilado real o metafóricamente, privado de sentido propio, de placer propio.

En el documental corto “El cuerpo de las mujeres” se alude a este uso que se hace en los medios del cuerpo femenino, un uso patriarcal, falocéntrico y capitalista del cuerpo de la mujer como reproductor de una cultura que marca unos estándares de belleza que nos transforman quirúrgicamente, mutilando nuestro rostro verdadero, el rostro de mujer que expresa su individualidad, convirtiéndolo en máscara sin personalidad. Y los cuerpos, recauchutados tras el bisturí, son cuerpos irreales que solo aluden al supuesto deseo masculino, deseo a su vez mediatizado por la pornografía, una industria al fin y al cabo y que sin embargo, industria y todo, coloniza lo cotidiano a base de moldear el deseo de los hombres alejándolo del sentir interno, en una maniobra aculturizadora basada en claves artificiales, misóginas y violentas.



Y ahí está el cuerpo de las mujeres, usado y abusado, y por tanto interpretamos dualmente -desde la óptica occidental tan dada a lo maniqueo- que o bien hay que (como mandato) atraer a los hombres sexualmente y de acuerdo a una sexualidad masculina importada desde el porno (y por tanto feminidad, belleza y lo sexy según el criterio/mandato dominante van en una unidad indivisible) o bien se interpreta que entrar en la sexualidad desde el cuerpo, y sólo del cuerpo implica ser convertidas en objetos sexuales, y por tanto desde cierta óptica emancipadora, esa clase de sexo no es deseable porque nos enajena, nos separa a las mujeres que somos, del cuerpo en el que vivimos y que es utilizado por otros.


Pero ¿es esa la única alternativa, la dualidad de la que no se puede escapar cuando se alude a la atracción sexual que produce el cuerpo femenino? (¿prestarse a ser objeto o negarse a ser solo cuerpo?)

En las culturas pre-patriarcales las cosas fueron muy distintas, el culto a la Diosa implicaba con frecuencia rituales sexuales y  las sacerdotisas no eran, como a veces se las nombra, prostitutas rituales, sino mujeres que comunicaban con la divinidad y con lo espiritual a través de la sexualidad. Entonces, la sexualidad (tanto la masculina como la femenina) aún no se habían separado de la espiritualidad, y los cuerpos eran sagrado vehículo de la divinidad.


El patriarcado, las religiones judeo-cristianas (y por extensión la musulmana), y la propiedad privada se encargaron de apropiarse de las mujeres y de sus cuerpos, nos desposeyeron de ellos y se encargaron de sustituir a la poderosa Diosa por la virgen María. De una Diosa como Ishtar, que daba vida y la quitaba, que tenía múltiples caras, que tomaba la iniciativa sexual, se pasó a una virgen santa, que no conocía el sexo, que no tenía defectos, que era unilateral, que era esposa del dios y madre del dios, pero nada en sí misma.

De las diosas vírgenes de la antigüedad, que tenían parejas sexuales pero no consorte (es decir, tenían una sexualidad rica pero se mantenían independientes y libres) se pasó a la virgen que nunca había tenido sexo, que permanecía “pura”, limpia, y para que la ausencia de sexualidad fuese blancura, había que convertir la sexualidad en algo sucio, perverso, impuro.

Aquel fue el primer alejamiento de la sexualidad de las mujeres como algo sagrado, después, con la llamada “liberación sexual” se nos devuelven el placer y la iniciativa, pero no necesariamente la dignidad de un deseo propio, conectado con lo que de verdad queremos y necesitamos, porque el capitalismo se encarga de ponernos de vuelta en el redil: al servicio del macho y del capitalismo, entonces, nos convertimos en propiedad, con el matrimonio y las relaciones monógamas, o en objeto de consumo, en las relaciones esporádicas, cada vez más impersonales. 

Y ahí somos objetos, no porque, como se suele decir, solamente nos quieran por nuestro cuerpo, sino porque ni siquiera nos quieren por nuestro cuerpo: usan la cáscara del cuerpo para darse autosatisfacción narcisista y para poner en práctica fantasías del porno, con los cuerpos como soporte y medio, pero nosotras no estamos allí, ni nuestros cuerpos, porque no se atiende a nuestro placer y si se atiende es como medio de demostración de la virilidad del macho. Habrá quien crea que exagero pero ¿quién no se ha encontrado con un tío empeñado en que nos corramos vaginalmente, menospreciando el placer derivado del clítoris, que elude la polla (no es necesaria) y que elude incluso a veces las manos del hombre? La mujer que sabe darse placer es enemiga del macho alfa, porque se satisface con o sin la polla y eso es peligroso.

Despersonalizados, en ese sexo banal, coital, descoporeizado en tanto a cuerpos que son parciales, que son fragmentos de cosas,  cosas disponibles y dispensables, es fácil encontrar hombres que no pueden empalmarse con el preservativo puesto, con la coerción subsiguiente, o que abusan de la mujer con prácticas no consensuadas, sorprendiéndose si la mujer se muestra iracunda o se niega  a continuar. Estrecha, inhibida, exagerada, histérica, son algunos de los apelativos que recibimos cuando nos negamos a realizar sus fantasías, incapaces de reconocernos el derecho a un deseo propio que puede no coincidir con el suyo.



La violencia sexual entonces no se restringe al abuso o la violación, se da también en relaciones iniciadas de mutuo acuerdo y que se vuelven violentas, basadas en una relación dominado-dominada, o sin consenso, con presión, con coerción o ignorando el deseo de la mujer. El porno y la prostitución ofrecen dos modelos de mujer como objeto sexual disponible, como una cosa que se puede obtener pagando, o haciendo click en un enlace de internet, algo que es cosa y no persona y que está al servicio del placer del macho, y por eso hay acoso callejero, manoseos en lugares públicos, agresiones sexuales y en el menos malo de los casos, sexo iniciado libremente por ambas partes y que se torna desagradable, invasivo, violento. No es extraño que muchas mujeres tengan tumores en el útero o endometriosis, algunas patologías pueden tener un componente psicosomático importante, convertimos la violencia de afuera en violencia del cuerpo. Muchas otras renuncian al sexo para ganar en paz mental, y es una elección solo parcialmente libre, porque es una elección que se toma estando casi entre la espada y la pared.


Y aquí finalizo, llegando a donde empecé: mi compañero sexual me abría los chakras no porque hiciese nada en especial, simplemente porque no entraba en el esquema del homo ponograficus y por tanto no me sentí ni agredida, ni necesitada de fijar un límite constantemente, ni usada como receptáculo de fantasías denigrantes, me sentí  cuerpo deseado, cuerpo dador y receptor de placer, cuerpo en conexión con otro cuerpo, cuerpo abierto a otro cuerpo. Y por mi parte, esa apertura me devolvió a mi cuerpo, que había estado cerrado a los cuerpos de aquellos que no lo respetaban, y la energía fluyó y pude sentirme de nuevo dueña de mi deseo y al otro, compañero en mi placer. Y viceversa.



De ahí a una sexualidad espiritual van miles de pasos, pero las relaciones así son un comienzo, y un regreso a la vez a una sexualidad, ahora sí, limpia. No porque el sexo sea sucio, sino porque es tan sucio hacernos sentir que no debemos sentir deseo, como hacernos creer que nuestro deseo es aquel que marcan la industria, el capitalismo, el patriarcado, y el macho lobotomizado por los mandatos falocéntricos.


Vuelvo a sentir dentro a las diosas vírgenes, vuelvo a sentir -sanada tras muchas violencias- la dignidad y la libertad de las diosas sin consorte, pero sexuadas. Y estoy segura de que si ellos recogen el guante y reelaboramos una sexualidad de verdad de a dos, entre dos cuerpos plenos (y el cuerpo incluye todo lo que lo hace cuerpo y no fragmentos de cosa) también se sentirán más elevados al Olimpo. 


lunes, 25 de agosto de 2014

Y si fuésemos cuerpos, y no cosas.

Resulta difícil escribir algo nuevo sobre el caso de la joven violada en grupo durante la feria, tanto se ha dicho y tan poco se ha escuchado. Nosotras si, escuchamos, pero el resto del mundo se muestra indiferente, despreciativo, ante la violación y posterior archivo del caso, porque ya está demasiado extendida la idea (el virus machista) de las denuncias falsas como para darle importancia al tema. Al fin y al cabo en ciertos lugares del mundo sucede a cada rato (la violación en grupo es casi una tradición en la india, y el mundo no hace nada al respecto) y las mujeres no hacen tanta alharaca… si es que cómo somos las feministas blancas occidentales, unas exageradas histéricas etnocéntricas.


Podría escribir sobre la cultura de la violación, sobre la cultura del porno, sobre la banalización del sexo, sobre la sexualidad coitocentrada (y falocéntrica, por supuesto), sobre la mercantilización de los cuerpos, sobre la deshumanización de las relaciones, podría escribir cifras, datos, citas, podría reproducir la teoría feminista al respecto, podría aludir a los comentario sexistas de ciertos alcaldes y demás calaña política, pero para qué, para qué si no escuchan.


Así que me hablaré a mí misma y a vosotras (y a los dos o tres que por ahí quedéis con conciencia y alma) desde lo que vivo y viví, aunque solo sea porque necesito nombrar y escucharme, porque necesito sentir que al menos entre nosotras nos escuchamos.


Mi primera agresión sexual fue leve, solo un roce inapropiado a mis pechos de niña de doce años, por parte de un fontanero cuarentón. Nada de qué alarmarse, al fin y al cabo yo no tenía referentes para saber que aquello no era correcto, nadie me había hablado del derecho a no ser tocada sin mi consentimiento, una niña de doce años no recibía esa información en los años ochenta, no sé si la reciben ahora, me temo que no, a juzgar por lo que veo a diario en el colegio y en el parque. Unas niñas del colegio de mi hijo fueron castigadas por dar dos bofetones a un niño que las besaba sin que quisieran, y después del castigo del cole recibieron el castigo de sus madres. No me costó hacerlas entender que era sano que ellas ejercieran su derecho a la autodefensa, a poner sus límites, a decidir sobre el acceso a su propio cuerpo por parte de otras personas; las mamás entendieron, pero necesité un rato de charla en el banco del parque y la manifestación por su parte de una revelación súbita (“¡tienes razón! Ellas tienen derecho! Si no lo aprenden ahora ¿qué pasará cuando sean adolescentes?”) me mostró lo alejadas que están muchas mujeres adultas de su propio derecho y del de sus hijas, y es tremendo que así sea. Anoche mi amiga de cuarenta y tantos se lamentaba de su desconfianza y resentimiento (estas son las palabras que ella usó) porque un hombre al que recién había conocido le dio un pellizquito en el muslo delante de su pareja, y ella se apartó como con un resorte. “¿Qué te pasa, mujer? Solo es un cariño”. Y ella se culpaba por no ser más “abierta”, por ser tan “tensa” y yo  le pregunté cuántas veces ella le había hecho un cariño así a un hombre, un pellizquito de nada, sin que nada lo solicitase. Allí cayó en la cuenta: no somos “tensas”, no somos “cerradas”, simplemente no hay porqué aguantar toqueteos no deseados de cualquier tipo que alargue la mano. Nosotras no lo hacemos, nosotras no lo queremos, nosotras nos apartamos en nuestro derecho a hacerlo. Simple.

Simple, pero no. Porque nos siguen toqueteando y no pasa nada, porque si nos apartamos o les mandamos a la mierda es que somos unas histéricas o estamos ovulando.



Mi segunda agresión sexual fue por parte de un compañero de piso y de trabajo, me desperté con él encima de mí, en mi cama, intentando metérmela mientras dormía. Pesaba demasiado el pedazo de mierder como para conseguirlo sin despertarme así que no logró su objetivo porque le solté dos hostias y monté un escándalo que despertó al compañero de al lado. Aun así, el cerdito machote durante semanas me acosó en el trabajo y tuve que dejarlo, el trabajo y la casa a la vez, quedándome de pronto sin techo y sin medio de vida, porque un tipo había decidido que el roce hace el cariño y que compartir horas equivalía a compartir cama, así sin más. Y si, dejé el trabajo porque cuando pedí ayuda un compañero me respondió que un hombre nunca viola a una mujer, que es imposible penetrarla sin consentimiento, que nosotras sabemos cómo “cerrar el paso”. Alucina, toma pandilla de cromañones… Y dejé el trabajo porque mi inmediata superior consideró que no había pruebas para tomar acciones contra él (yo no buscaba represalias, solo protección, me hubiera bastado con que nos cambiaran de sección) así que a la puta calle, en todos los sentidos. Y de ahí la cuesta abajo durante un tiempo, y luego la remontada, y ahora venga, las heridas se curaron pero ahí quedan las cicatrices, de recordatorio perpetuo. ¿Resentida? No: agredida y superviviente. A ver qué haces ahora con eso, rica, con tu pan te lo comas, que al resto del mundo le importa tres cojones tu herida y las de todas las demás.


Una amiga me culpó a mí de la agresión, por vivir con un hombre desconocido. Vivir con un compañero de trabajo supone una provocación sexual, según parece. Ellos viajan solos, hacen coach surfing, usan blablá car, comparten piso y nadie les acusa de ir buscando guerra y agresiones por guarros y poco precavidos. Pero no te quejes, mujer, que entonces te llaman resentida. Se amable, sonríe que la vida son dos días y aquí estamos para disfrutar, relájate mi amor.

Anoche salí un rato con un tipo, le conocí charlando en el paseo marítimo, nos dimos los teléfonos y ayer me llamó para una cervecita. Todo bien. Caminando me toma la mano, la retiro, insiste, la retiro, insiste. ¿Qué coño pasa? No es no. Ya está. Así que le dejo y me voy con mis amigas y llevo recibidos cuatro sms y dos llamadas en las últimas doce horas, solicitándome. ¿Qué siento? Acojone. Siento que haga lo que haga la cagaré, que si me muestro honesta y tranquila tomará mi calma como docilidad y seguirá dando la brasa, que si me pongo borde se envalentonará y tendré las de perder, que si le ignoro se frustrará y redoblará su insistencia. Impotencia. Solo me tomó la mano, y ya me agobio. Porque ya me ha sucedido antes, es solo un roce en las tetitas, es solo un pellizquito, es solo una polla intentando abrirse paso entre tus piernas mientras duermes. Miedo.



Volver de cañas con las amigas y encontrarte a un menda meneándosela en la calle entre dos coches mientras te mira, y ni un alma en la calle. Elegir la ruta más transitada aunque tengas que caminar el triple. Gastarte un pastón en taxis para que te dejen en la puerta de casa aunque te apetezca caminar a la fresca, que la noche está bonita. Decirle a un tío que no te gusta el sexo anal y que te llame inhibida, follar tan campante y que te llamen puta. Pedirle a tu amigo que pare porque no te gusta y que el tipo te llame calientapollas, y pretenda seguir. Y volver a pedírselo y que siga, y su mirada dice “estoy en mi derecho porque te lo has buscado” y sus palabras dicen “no me jodas ahora, tia, acabaré lo que empezamos así que no te pongas tontita” y duele y estás sola y tienes dos opciones, resistirte, y que duela más (porque el tío te saca una cabeza y dos anchos y pesa el doble que tú) o cerrar los ojos y contar estrellas y volver a casa sin llorar siquiera porque te dices a ti misma que no ha pasado. Y no le cuentas a nadie y lo olvidas, y diez años después por algún resorte de la mente lo recuerdas, y le cuentas a tu pareja y por fin lo nombras: violación. Pero la ley no lo considera así, incluso con un video y desgarros vaginales y anales los dejaron marchar y los jalearon y aplaudieron y ella cómo estará, qué sentirá, cómo volverá a mirar a los ojos de un hombre si la sociedad en pleno convierte a los machos de mierda en lobos feroces porque nos dejan indefensas y humilladas, y solas.

Leo en internet: “Se os va la olla, una violación es con violencia, no acabar una relación iniciada por ambas partes y entre adultos” y alucino. Creen que tienen derecho a acabar lo que se empieza, tienen carta blanca, no importa lo que nosotras queramos. Y hasta los más buenos se ausentan del debate: muros de mujeres llenos de indignación y dolor, posteos a cientos en Facebook, todos de mujeres, ¿Dónde están los hombres apelando a otros hombres, dándose como referentes, clamando “no, no somos así, no aceptamos esto, renuncio a mis privilegios y me incluyo entre el género agresor y me desmarco de él y os digo a la cara lo cerdos que sois y a vosotras os decimos que estamos a vuestro lado”. No dicen nada. Hablad, compañeros (si es que lo sois) porque a nosotras no nos escuchan, ¿por qué no habláis vosotros? ¿Por qué no?

Y mientras tanto, mujeres son vendidas en mercados, niñas raptadas por barbudos alucinados, mujeres y niñas prostituidas contra su voluntad, cuarenta y dos mujeres asesinadas en lo que va de año, solo en España, si no me fallan las cuentas, cuántas más en todo el mundo, cuántas violadas y repudiadas, cuantas cometiendo suicidio después de haber sido abusadas, cuantas niñas que cuando se defienden de una agresión son castigadas, cuantas golpeadas que no se marchan porque no tienen donde ir ni quien las ampare, juzgadas por tontas por una sociedad que las arrincona junto al agresor.
Nos hemos vuelto locos, es una sociedad demente, enferma de machismo, enajenada.


La religión volvió sucio el cuerpo y el goce, los sesenta nos devolvieron la libertad sexual (¡a follar, a follar, que el mundo se va a acabar! Hoy te la como y mañana, si te he visto, no me acuerdo, qué modernos somos) y hoy, siglo XXI, no hay coches que vuelan ni viajes al espacio, la postmodernidad nos trajo internet y badoo y la píldora y el quiqui  casual y el mercado de los cuerpos, y la violencia machista ensucia de nuevo el sexo en un espejismo de libertad y folleteo, cómo mola.

Sueño con otra realidad más limpia, menos enferma. Y si la justicia actuase… Y si los hombres hablaran… Y si las mujeres dejasen de castigar a otras mujeres por su aspecto, su conducta, sus palabras… Y si supiésemos como actuar sin sentir miedo ni culpa… Y si las almas volvieran a su lugar, dentro del cuerpo, y las corduras a su sitio, en las cabezas, en las legislaciones, en el sentido común, en la cultura… Y si…

… Y si las mujeres fuésemos por fin cuerpos (con todo su derecho pleno) y no cosas. Cosas violables.



La humanidad de las mujeres, secuestrada. Solo nos queda seguir tomándonos de la mano, abrazarnos unas a otras, cerrar los ojos, respirar, y seguir transformando.


Adelante, hermanas, adelante, no nos queda otra. Adelante. 

sábado, 1 de febrero de 2014

L., yo y el CIE



Acabo de volver del centro de internamiento de extranjeros de aluche y aun no me repongo del asco hacia esas cárceles alegales y amorales, y tampoco me deshago del asombro de constatar que mi compañero, mi interlocutor, el interno al que visité, me parece más libre que yo.

Sentada ante una mesa, ante mi una mampara de cristal, tras la mampara otra mesa, otra silla, tras ellas una galería, la galería cerrada por un muro, en los muros barrotes. los policías se reían, como si no estuviesen reteniendo personas, como si aquello fuese una juerga. el sol entraba por la ventana, entre los barrotes, mi compañero no llegaba y dibujé lo que veía desde donde estaba sentada: el teléfono, la mampara, los barrotes. imposible dibujar el sol que entra desde el otro lado.
Llega el hermano y sonríe, es enorme de alto, la sonrisa más limpia que he visto nunca en un adulto, su voz clara al otro lado del teléfono. puta mampara, putas leyes que encierran y separan, yo quería abrazarle y estaba ahi ese puto cristal.
Estaba nerviosa ¿qué puedo ofrecerle? ¿como puedo ayudarle? ¿cómo puedo animarle? nerviosismo inútil y estéril: él me ha ayudado, él me ha animado, él me ha ofrecido una visión del mundo mucho más luminosa que ese sol que brillaba a su espalda, él era el sol, él, detrás de la mampara, en la galería, junto a los barrotes, es más libre que yo y ahora me siento más limpia que antes, más grande que antes, más conectada a la vida que antes, y todo eso me lo ha dado el hermano senegalés que sabe que es libre mientras que yo, estando fuera de los muros, vivo menos ligera que él.

Gracias hermano. La próxima visita que sea afuera, afuera de los muros y afuera de mis propios límites, para que podamos abrazarnos con todo el cuerpo y no solo con las sonrisas (esas sonrisas libres a pesar de los policías, de los barrotes y de las mamparas).




                                                                              ****
Un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) es un establecimiento público de carácter no penitenciario donde se retiene de manera cautelar y preventiva a extranjeros sometidos a expediente de expulsión del territorio nacional. Los Centros de Internamiento de Extranjeros son un instrumento extendido por toda la Unión Europea adoptado en desarrollo de la política migratoria común suscrita en el acuerdo de Schengen de 1995. También son práctica común en Estados Unidos desde 1996.



En España hay ocho centros que dependen del Ministerio de Interior. En ellos se incumplen reiteradamente los derechos humanos, manteniendo bajo custodia y en condiciones represivas a personas que no han cometido delito alguno, pues carecer de "papeles" es a efectos legales una falta administrativa, algo similar a una multa de tráfico (sin embargo consideraríamos inconcebible la privación de libertad de una persona a consecuencia de una multa de tráfico, y sin juicio previo). Los internos son un número, no son tratados como personas, mucho menos como ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho, y han sido denunciadas por parte de los internos la insalubridad de los centros, la falta de atención médica necesaria, y los abusos a internos e internas.


En ellos han tenido lugar muertes de internos sin que se hayan señalado responsables. Los CIEs son los guantánamos españoles.



                            ¡CERREMOS LOS CÍES!

lunes, 20 de enero de 2014

ALGUIEN

Alguien limpia la celda
de la tortura
que no quede la sangre
ni la amargura

alguien pone en los muros
el nombre de ella
ya no cabe en la noche
ninguna estrella

alguien limpia su rabia
con un consejo
y la deja brillante
como un espejo

alguien piensa hasta cuándo
alguien camina
suenan lejos las risas
una bocina
y un gallo que propone
su canto en hora
mientras sube la angustia
la voladora

alguien piensa en afuera
que allá no hay plazo
piensa en niños de vida
y en un abrazo

alguien quiso ser justo
no tuvo suerte
es difícil la lucha
contra la muerte

alguien limpia la celda
de la tortura
lava la sangre pero
no la amargura.



MARIO BENEDETTI

miércoles, 8 de enero de 2014

Reflexiones desparejadas

Qué hermosa casa la tuya… pero me voy porque falta un sillón
al que puedas traerme una cervecita y unas aceitunas.


Anoche lo volví a escuchar: "tienes siempre demasiadas cosas que hacer, no hay sitio para mí."
También volví a escuchar: “así es muy difícil, siento que tengo que esperar que me hagas un hueco en tu agenda. Te quiero a ti pero prefiero empezar algo con otra persona, que me ponga en el centro”.

El triunfo del proyecto de vida en pareja monógama sobre el amor en libertad. Te quiero a ti, pero quiero más realizar mi deseo de ser dueño de una mujer y que ella sea mi dueña, quiero más la idea de la pareja tradicional que al amor mismo.

Pese a nuestros enganches irracionales y hormonales con algunos hombres, muchas mujeres de todos modos elegimos una cierta soledad antes que el ingreso a la prisión del amor romántico y vacío del “tú y yo ensimismados y simbióticos juntos en todo momento”. Muchos hombres también escogen esa opción, pero hoy hablo desde mi ser de mujer, por mí y por otras como yo que andan en la misma pedregosa calle sin asfaltar del “quiero amar pero quiero seguir manteniendo mi mundo completo, quiero amar sin renuncias, empezando por mi amor propio”.

Citando a Lagarde, que a su vez cita a Simone:

Para Simone de Beauvoir, ser egoísta es el principio de la posibilidad del amor como realización, como creatividad, como generosidad y como libertad. Si no desarrollamos ese “yo misma” no podremos amar de forma moderna y saciar nuestros anhelos de libertad. Simone de Beauvoir creó una categoría al decir que las mujeres son seres para los hombres. Dice ella: la perfección amorosa del patriarcado consiste en haber creado en las mujeres la creencia de que la realización personal está en allegarse a un hombre plenipotenciario en la vida.
Esta creencia coloca a las mujeres, cuando aman, en una experiencia de no libertad. ¿Por qué? Porque es el otro quien queda colocado en el centro de nuestra vida, como ser fundamental que nos desplaza en la experiencia subjetiva de nuestra individualidad. Para Simone de Beauvoir, la individualidad es fundamental para el amor. Porque si no somos individuas quedaremos colocadas como seres subordinadas de otros seres.

Sé que algunas lo han logrado, eso cuentan, eso se dice se direte, no sé si es una leyenda urbana, desde luego yo no lo he presenciado en mi entorno, así que no tengo referentes. Sin referentes una vez más estamos perdidas, no perdidas de vencidas o abocadas al desastre, estamos perdidas en un sentido literal, sin saber por dónde tirar, entre hombres interesados en el sexo sin más y hombres interesados en la apropiación de nosotras, sin más ni menos.

Algo sucede (algo perverso y triste) en una cultura que considera de forma paradójica que la mujer que desea una vinculación profunda con otro ser humano es una mujer dependiente, pero a la vez considera que la mujer que escoge vincularse desde la independencia, el tiempo y el espacio propio, es una mujer "tarada" incapaz para la pareja.

A veces la alternativa parece quedar en una dicotomía perversa: o solo sexo desvinculado, o solo monogamia asfixiante. Es posible que haya otros modelos, pero yo no lo los veo a mi alrededor, ni desde luego me han permitido tratar siquiera de ensayarlos. No por falta de voluntad de pacto por mi parte, si no por la otra parte. Yo me sujeto a mi pacto, pero entonces es un pacto conmigo misma, aún no me ha llegado el tiempo del pacto pleno con el otro.

Siguiendo con Lagarde, esta vez citando a Amorós:

Celia Amorós insiste en que si nosotras no tenemos los atributos de pactantes, viviremos siempre relaciones de subordinación, en la amistad, en el trabajo o en el amor. Es fundamental comprender que mientras no seamos sujetas de pacto amoroso viviremos el amor muy tradicionalmente. A lo mejor, con anhelos de libertad, de dignidad y de reciprocidad, pero con una real imposibilidad de realizar esos anhelos. Quien no es individua no es sujeta de pactos. Para pactar necesitamos tener identidad propia. Decir: “Yo soy. Y no decir: “yo soy parte de tu alma”, “Tú ere mi vida”. Se requiere tener límites, tener una frontera personal.

Y añado, se requiere un sujeto igualmente pactante en frente, que como las meigas, haberlos haylos, pero yo no los he visto.
Además, mi condición de pactante se refuerza en presencia de otras mujeres pactantes. Si mi mundo circundante se circunscribe a mujeres renunciantes, mujeres colonizadas (como diría Gioconda Belli) mi poder de pactar se ve mermado. Puedo intentarlo, sí, pero no se verá reconocido. Por esta razón, mi mambo personal al respecto no es mi mambo personal al respecto simplemente, porque es el mambo de todas, o al menos el mambo de muchas.
Lagarde da en el clavo cuando dice:

Los problemas de tu amor son los problemas de todas:
(…) porque mientras las mujeres no tengamos una filosofía política colectiva sobre el amor, los otros, sean mujeres u hombres, seguirán encontrando esclavas para vivir con ellas. Si nosotras queremos cambiar, necesitamos ir haciendo cultura colectiva de estos cambios. Necesitamos construir otra cultura social. Para que la nueva ética amorosa se convierta en una ética social. Si no, estaremos cada una por su lado, aislada, tratando de convencer sin autoridad, tratando de compartir, sin estar colocadas en una situación de paridad. Y no conseguiremos nada, o muy poco.


Por eso escribo esto, no para quejarme, no para llorar, no para exponer al ojo público mi quiebre interno, mi fragmentación parcial. Escribo esto para llamar a la manada, para invocaros a todas y a todos, pedir en asamblea masiva, llegue a quien llegue, que transformemos colectivamente la cultura amorosa. Que deshagamos por un lado los mitos patriarcales que nos colocan como subordinadas, como ser para el otro, y que deshagamos por otro lado las filtraciones neoliberales que nos convierten en objeto de consumo, haciendo de las relaciones (sexuales o amorosas) un mercadeo de los cuerpos y los afectos.

Si no sometemos a crítica política nuestra cultura amorosa, estamos perdidas. No basta con hacer conciencia, es fundamental saber desde dónde hacemos conciencia. Necesitamos analizar nuestros valores amorosos y nuestros mitos amorosos, para descubrir cuáles siguen configurando nuestra idealización del amor. Porque necesitamos desidealizar el amor.

Ha de existir un punto medio, un lugar por explorar y gozar en el que las relaciones (hablo desde mi heterosexualidad porque desconozco de qué modo se reproducen estos mitos en relaciones no heterosexuales,  por lo que no me atrevo a extrapolar mis conclusiones, aunque intuyo que en todas partes cuecen habas, lamentablemente) supongan un lugar de desarrollo, un lugar de afecto en libertad (y no hablo necesariamente de la libertad sexual y el polyamor, hablo de libertad de ser, actuar, construirse, vincularse con el mundo desde lo que una es, caminando muy cerca, pero no encima ni dentro, de otro ser que a su vez ama desde la libertad de ser, actuar, construirse y vincularse con el mundo desde lo que es.

Y mientras tanto, nos queda gozar la belleza de la soledad, esa que a veces da tanto miedo y no tendría por qué, siendo como es oportunidad de encuentro con la propia compañía, con las vinculaciones distintas a las de la pareja, con el descubrir quién soy, qué quiero, qué me amo, cómo me amo a mí misma, cómo desde ahí puedo amar hacia fuera.

No sé cuándo lo lograremos, sé que es tarea pendiente, sé que deberíamos construir entre todos y todas esos modos de amar el libertad, sé que en esta construcción hay un cierto pago por los pactos propios, un cierto peaje al decidir no traicionar unos mínimos, porque somos muchas, pero aún somos minoría. Son tiempos de transición y nos toca, como en tantas cosas, poner un par de ladrillos que aunque nos dejen callos en las manos, sabemos que dejarán otras cosas, construcciones hermosas en las que vivir infinitamente mejor.



Parí este texto asistida ( en calidad de matronas) por las palabras
de Marcela Lagarde, Celia Amorós y Gioconda Belli,
extraídas del libro
“Claves feministas para la negociación en el amor”,

de M. Lagarde)