Qué hermosa casa la
tuya… pero me voy porque falta un sillón
al que puedas traerme
una cervecita y unas aceitunas.
Anoche lo
volví a escuchar: "tienes siempre demasiadas cosas que hacer, no hay sitio
para mí."
También volví
a escuchar: “así es muy difícil, siento que tengo que esperar que me hagas un
hueco en tu agenda. Te quiero a ti pero prefiero empezar algo con otra persona,
que me ponga en el centro”.
El triunfo del
proyecto de vida en pareja monógama sobre el amor en libertad. Te quiero a ti,
pero quiero más realizar mi deseo de ser dueño de una mujer y que ella sea mi
dueña, quiero más la idea de la pareja tradicional que al amor mismo.
Pese a nuestros
enganches irracionales y hormonales con algunos hombres, muchas mujeres de
todos modos elegimos una cierta soledad antes que el ingreso a la prisión del
amor romántico y vacío del “tú y yo ensimismados y simbióticos juntos en todo
momento”. Muchos hombres también escogen esa opción, pero hoy hablo desde mi
ser de mujer, por mí y por otras como yo que andan en la misma pedregosa calle
sin asfaltar del “quiero amar pero quiero seguir manteniendo mi mundo completo,
quiero amar sin renuncias, empezando por mi amor propio”.
Citando a
Lagarde, que a su vez cita a Simone:
Para
Simone de Beauvoir, ser egoísta es el principio de la posibilidad del amor como
realización, como creatividad, como generosidad y como libertad. Si no
desarrollamos ese “yo misma” no podremos amar de forma moderna y saciar
nuestros anhelos de libertad. Simone de Beauvoir creó una categoría al decir
que las mujeres son seres para los hombres. Dice ella: la perfección amorosa
del patriarcado consiste en haber creado en las mujeres la creencia de que la
realización personal está en allegarse a un hombre plenipotenciario en la vida.
Esta creencia coloca a las mujeres, cuando aman, en una
experiencia de no libertad. ¿Por qué? Porque es el otro quien queda colocado en
el centro de nuestra vida, como ser fundamental que nos desplaza en la
experiencia subjetiva de nuestra individualidad. Para Simone de Beauvoir, la
individualidad es fundamental para el amor. Porque si no somos individuas
quedaremos colocadas como seres subordinadas de otros seres.
Sé que algunas
lo han logrado, eso cuentan, eso se dice se direte, no sé si es una leyenda
urbana, desde luego yo no lo he presenciado en mi entorno, así que no tengo
referentes. Sin referentes una vez más estamos perdidas, no perdidas de vencidas
o abocadas al desastre, estamos perdidas en un sentido literal, sin saber por
dónde tirar, entre hombres interesados en el sexo sin más y hombres interesados
en la apropiación de nosotras, sin más ni menos.
Algo sucede (algo
perverso y triste) en una cultura que considera de forma paradójica que la
mujer que desea una vinculación profunda con otro ser humano es una mujer
dependiente, pero a la vez considera que la mujer que escoge vincularse desde
la independencia, el tiempo y el espacio propio, es una mujer "tarada"
incapaz para la pareja.
A veces la
alternativa parece quedar en una dicotomía perversa: o solo sexo desvinculado,
o solo monogamia asfixiante. Es posible que haya otros modelos, pero yo no lo
los veo a mi alrededor, ni desde luego me han permitido tratar siquiera de
ensayarlos. No por falta de voluntad de pacto por mi parte, si no por la otra
parte. Yo me sujeto a mi pacto, pero entonces es un pacto conmigo misma, aún no
me ha llegado el tiempo del pacto pleno con el otro.
Siguiendo con
Lagarde, esta vez citando a Amorós:
Celia Amorós insiste en que si nosotras no tenemos los
atributos de pactantes, viviremos siempre relaciones de subordinación, en la
amistad, en el trabajo o en el amor. Es fundamental comprender que mientras no
seamos sujetas de pacto amoroso viviremos el amor muy tradicionalmente. A lo
mejor, con anhelos de libertad, de dignidad y de reciprocidad, pero con una
real imposibilidad de realizar esos anhelos. Quien no es individua no es sujeta
de pactos. Para pactar necesitamos tener identidad propia. Decir: “Yo soy. Y no
decir: “yo soy parte de tu alma”, “Tú ere mi vida”. Se requiere tener límites,
tener una frontera personal.
Y añado, se requiere un sujeto igualmente pactante en frente, que como las
meigas, haberlos haylos, pero yo no los he visto.
Además, mi
condición de pactante se refuerza en presencia de otras mujeres pactantes. Si
mi mundo circundante se circunscribe a mujeres renunciantes, mujeres
colonizadas (como diría Gioconda Belli) mi poder de pactar se ve mermado. Puedo
intentarlo, sí, pero no se verá reconocido. Por esta razón, mi mambo personal
al respecto no es mi mambo personal al respecto simplemente, porque es el mambo
de todas, o al menos el mambo de muchas.
Lagarde da en el clavo cuando dice:
Los problemas de tu amor son los problemas
de todas:
(…) porque mientras las mujeres no tengamos una filosofía política colectiva
sobre el amor, los otros, sean mujeres u hombres, seguirán encontrando esclavas
para vivir con ellas. Si nosotras queremos cambiar, necesitamos ir haciendo
cultura colectiva de estos cambios. Necesitamos construir otra cultura social.
Para que la nueva ética amorosa se convierta en una ética social. Si no,
estaremos cada una por su lado, aislada, tratando de convencer sin autoridad,
tratando de compartir, sin estar colocadas en una situación de paridad. Y no
conseguiremos nada, o muy poco.
Por eso escribo esto, no para
quejarme, no para llorar, no para exponer al ojo público mi quiebre interno, mi
fragmentación parcial. Escribo esto para llamar a la manada, para invocaros a todas
y a todos, pedir en asamblea masiva, llegue a quien llegue, que transformemos colectivamente
la cultura amorosa. Que deshagamos por un lado los mitos patriarcales que nos
colocan como subordinadas, como ser para el otro, y que deshagamos por otro lado
las filtraciones neoliberales que nos convierten en objeto de consumo, haciendo
de las relaciones (sexuales o amorosas) un mercadeo de los cuerpos y los
afectos.
Si no sometemos a crítica política nuestra cultura
amorosa, estamos perdidas. No basta con hacer conciencia, es fundamental saber
desde dónde hacemos conciencia. Necesitamos analizar nuestros valores amorosos
y nuestros mitos amorosos, para descubrir cuáles siguen configurando nuestra
idealización del amor. Porque necesitamos desidealizar el amor.
Ha de existir
un punto medio, un lugar por explorar y gozar en el que las relaciones (hablo
desde mi heterosexualidad porque desconozco de qué modo se reproducen estos
mitos en relaciones no heterosexuales,
por lo que no me atrevo a extrapolar mis conclusiones, aunque intuyo que
en todas partes cuecen habas, lamentablemente) supongan un lugar de desarrollo,
un lugar de afecto en libertad (y no hablo necesariamente de la libertad sexual
y el polyamor, hablo de libertad de ser, actuar, construirse, vincularse con el
mundo desde lo que una es, caminando muy cerca, pero no encima ni dentro, de
otro ser que a su vez ama desde la libertad de ser, actuar, construirse y
vincularse con el mundo desde lo que es.
Y mientras
tanto, nos queda gozar la belleza de la soledad, esa que a veces da tanto miedo
y no tendría por qué, siendo como es oportunidad de encuentro con la propia
compañía, con las vinculaciones distintas a las de la pareja, con el descubrir
quién soy, qué quiero, qué me amo, cómo me amo a mí misma, cómo desde ahí puedo
amar hacia fuera.
No sé cuándo
lo lograremos, sé que es tarea pendiente, sé que deberíamos construir entre
todos y todas esos modos de amar el libertad, sé que en esta construcción hay
un cierto pago por los pactos propios, un cierto peaje al decidir no traicionar
unos mínimos, porque somos muchas, pero aún somos minoría. Son tiempos de
transición y nos toca, como en tantas cosas, poner un par de ladrillos que
aunque nos dejen callos en las manos, sabemos que dejarán otras cosas, construcciones
hermosas en las que vivir infinitamente mejor.
Parí este texto
asistida ( en calidad de matronas) por las palabras
de Marcela Lagarde,
Celia Amorós y Gioconda Belli,
extraídas del libro
“Claves feministas para
la negociación en el amor”,
de M. Lagarde)