lunes, 20 de enero de 2014

ALGUIEN

Alguien limpia la celda
de la tortura
que no quede la sangre
ni la amargura

alguien pone en los muros
el nombre de ella
ya no cabe en la noche
ninguna estrella

alguien limpia su rabia
con un consejo
y la deja brillante
como un espejo

alguien piensa hasta cuándo
alguien camina
suenan lejos las risas
una bocina
y un gallo que propone
su canto en hora
mientras sube la angustia
la voladora

alguien piensa en afuera
que allá no hay plazo
piensa en niños de vida
y en un abrazo

alguien quiso ser justo
no tuvo suerte
es difícil la lucha
contra la muerte

alguien limpia la celda
de la tortura
lava la sangre pero
no la amargura.



MARIO BENEDETTI

miércoles, 8 de enero de 2014

Reflexiones desparejadas

Qué hermosa casa la tuya… pero me voy porque falta un sillón
al que puedas traerme una cervecita y unas aceitunas.


Anoche lo volví a escuchar: "tienes siempre demasiadas cosas que hacer, no hay sitio para mí."
También volví a escuchar: “así es muy difícil, siento que tengo que esperar que me hagas un hueco en tu agenda. Te quiero a ti pero prefiero empezar algo con otra persona, que me ponga en el centro”.

El triunfo del proyecto de vida en pareja monógama sobre el amor en libertad. Te quiero a ti, pero quiero más realizar mi deseo de ser dueño de una mujer y que ella sea mi dueña, quiero más la idea de la pareja tradicional que al amor mismo.

Pese a nuestros enganches irracionales y hormonales con algunos hombres, muchas mujeres de todos modos elegimos una cierta soledad antes que el ingreso a la prisión del amor romántico y vacío del “tú y yo ensimismados y simbióticos juntos en todo momento”. Muchos hombres también escogen esa opción, pero hoy hablo desde mi ser de mujer, por mí y por otras como yo que andan en la misma pedregosa calle sin asfaltar del “quiero amar pero quiero seguir manteniendo mi mundo completo, quiero amar sin renuncias, empezando por mi amor propio”.

Citando a Lagarde, que a su vez cita a Simone:

Para Simone de Beauvoir, ser egoísta es el principio de la posibilidad del amor como realización, como creatividad, como generosidad y como libertad. Si no desarrollamos ese “yo misma” no podremos amar de forma moderna y saciar nuestros anhelos de libertad. Simone de Beauvoir creó una categoría al decir que las mujeres son seres para los hombres. Dice ella: la perfección amorosa del patriarcado consiste en haber creado en las mujeres la creencia de que la realización personal está en allegarse a un hombre plenipotenciario en la vida.
Esta creencia coloca a las mujeres, cuando aman, en una experiencia de no libertad. ¿Por qué? Porque es el otro quien queda colocado en el centro de nuestra vida, como ser fundamental que nos desplaza en la experiencia subjetiva de nuestra individualidad. Para Simone de Beauvoir, la individualidad es fundamental para el amor. Porque si no somos individuas quedaremos colocadas como seres subordinadas de otros seres.

Sé que algunas lo han logrado, eso cuentan, eso se dice se direte, no sé si es una leyenda urbana, desde luego yo no lo he presenciado en mi entorno, así que no tengo referentes. Sin referentes una vez más estamos perdidas, no perdidas de vencidas o abocadas al desastre, estamos perdidas en un sentido literal, sin saber por dónde tirar, entre hombres interesados en el sexo sin más y hombres interesados en la apropiación de nosotras, sin más ni menos.

Algo sucede (algo perverso y triste) en una cultura que considera de forma paradójica que la mujer que desea una vinculación profunda con otro ser humano es una mujer dependiente, pero a la vez considera que la mujer que escoge vincularse desde la independencia, el tiempo y el espacio propio, es una mujer "tarada" incapaz para la pareja.

A veces la alternativa parece quedar en una dicotomía perversa: o solo sexo desvinculado, o solo monogamia asfixiante. Es posible que haya otros modelos, pero yo no lo los veo a mi alrededor, ni desde luego me han permitido tratar siquiera de ensayarlos. No por falta de voluntad de pacto por mi parte, si no por la otra parte. Yo me sujeto a mi pacto, pero entonces es un pacto conmigo misma, aún no me ha llegado el tiempo del pacto pleno con el otro.

Siguiendo con Lagarde, esta vez citando a Amorós:

Celia Amorós insiste en que si nosotras no tenemos los atributos de pactantes, viviremos siempre relaciones de subordinación, en la amistad, en el trabajo o en el amor. Es fundamental comprender que mientras no seamos sujetas de pacto amoroso viviremos el amor muy tradicionalmente. A lo mejor, con anhelos de libertad, de dignidad y de reciprocidad, pero con una real imposibilidad de realizar esos anhelos. Quien no es individua no es sujeta de pactos. Para pactar necesitamos tener identidad propia. Decir: “Yo soy. Y no decir: “yo soy parte de tu alma”, “Tú ere mi vida”. Se requiere tener límites, tener una frontera personal.

Y añado, se requiere un sujeto igualmente pactante en frente, que como las meigas, haberlos haylos, pero yo no los he visto.
Además, mi condición de pactante se refuerza en presencia de otras mujeres pactantes. Si mi mundo circundante se circunscribe a mujeres renunciantes, mujeres colonizadas (como diría Gioconda Belli) mi poder de pactar se ve mermado. Puedo intentarlo, sí, pero no se verá reconocido. Por esta razón, mi mambo personal al respecto no es mi mambo personal al respecto simplemente, porque es el mambo de todas, o al menos el mambo de muchas.
Lagarde da en el clavo cuando dice:

Los problemas de tu amor son los problemas de todas:
(…) porque mientras las mujeres no tengamos una filosofía política colectiva sobre el amor, los otros, sean mujeres u hombres, seguirán encontrando esclavas para vivir con ellas. Si nosotras queremos cambiar, necesitamos ir haciendo cultura colectiva de estos cambios. Necesitamos construir otra cultura social. Para que la nueva ética amorosa se convierta en una ética social. Si no, estaremos cada una por su lado, aislada, tratando de convencer sin autoridad, tratando de compartir, sin estar colocadas en una situación de paridad. Y no conseguiremos nada, o muy poco.


Por eso escribo esto, no para quejarme, no para llorar, no para exponer al ojo público mi quiebre interno, mi fragmentación parcial. Escribo esto para llamar a la manada, para invocaros a todas y a todos, pedir en asamblea masiva, llegue a quien llegue, que transformemos colectivamente la cultura amorosa. Que deshagamos por un lado los mitos patriarcales que nos colocan como subordinadas, como ser para el otro, y que deshagamos por otro lado las filtraciones neoliberales que nos convierten en objeto de consumo, haciendo de las relaciones (sexuales o amorosas) un mercadeo de los cuerpos y los afectos.

Si no sometemos a crítica política nuestra cultura amorosa, estamos perdidas. No basta con hacer conciencia, es fundamental saber desde dónde hacemos conciencia. Necesitamos analizar nuestros valores amorosos y nuestros mitos amorosos, para descubrir cuáles siguen configurando nuestra idealización del amor. Porque necesitamos desidealizar el amor.

Ha de existir un punto medio, un lugar por explorar y gozar en el que las relaciones (hablo desde mi heterosexualidad porque desconozco de qué modo se reproducen estos mitos en relaciones no heterosexuales,  por lo que no me atrevo a extrapolar mis conclusiones, aunque intuyo que en todas partes cuecen habas, lamentablemente) supongan un lugar de desarrollo, un lugar de afecto en libertad (y no hablo necesariamente de la libertad sexual y el polyamor, hablo de libertad de ser, actuar, construirse, vincularse con el mundo desde lo que una es, caminando muy cerca, pero no encima ni dentro, de otro ser que a su vez ama desde la libertad de ser, actuar, construirse y vincularse con el mundo desde lo que es.

Y mientras tanto, nos queda gozar la belleza de la soledad, esa que a veces da tanto miedo y no tendría por qué, siendo como es oportunidad de encuentro con la propia compañía, con las vinculaciones distintas a las de la pareja, con el descubrir quién soy, qué quiero, qué me amo, cómo me amo a mí misma, cómo desde ahí puedo amar hacia fuera.

No sé cuándo lo lograremos, sé que es tarea pendiente, sé que deberíamos construir entre todos y todas esos modos de amar el libertad, sé que en esta construcción hay un cierto pago por los pactos propios, un cierto peaje al decidir no traicionar unos mínimos, porque somos muchas, pero aún somos minoría. Son tiempos de transición y nos toca, como en tantas cosas, poner un par de ladrillos que aunque nos dejen callos en las manos, sabemos que dejarán otras cosas, construcciones hermosas en las que vivir infinitamente mejor.



Parí este texto asistida ( en calidad de matronas) por las palabras
de Marcela Lagarde, Celia Amorós y Gioconda Belli,
extraídas del libro
“Claves feministas para la negociación en el amor”,

de M. Lagarde)