La mani fue festiva -de esas que molestan tanto al militante "serio" y profesional- y me gustó que así fuera, me gustó bailar con la batucada, reírme
con el ritmo de los silbatos de Fidel super cansado y Ranchi super marciana, me
gustó la risa de S. y compartir pateada con M., y cámara y mirada
cansadita y bella con L. y con la siempre sarcásticamente zen Manita de pintura.
Estoy cansada de que me digan como luchar, me hartan los del
"no aportas nada nuevo" y me tocan los ovarios los del "así
provocamos las cargas, no seamos violentos". Dejadme hacer mi propia
guerra. O no, no me dejéis: yo haré mi propia guerra a mi manera, y la guerra
será guerra solo cuando yo quiera, y cuando lo quiera será lucha festiva y
risueña porque no me quitarán lo bailao. Ni unos, ni otros.
Eso para empezar.
Pero a donde quiero llegar es a lo que sentí al llegar al Casino
de Madrid. Cacerolas desde Colón, cacerolas alegres y reivindicativas, ruido
parlante, emisor de un mensaje que no importa que los de arriba se nieguen a
escuchar; nosotros nos oíamos unos a otros: somos más y somos mejores. En el
Casino las cacerolas se detienen frente a la puerta, detienen su avance pero no
su ruido, el rugir se redobla porque allí dentro está una de las cuevas de Alí
Babá, ellos lo saben y nosotrxs también.
Algo intenso y poderoso se me movió adentro al verlos llegar.
Ella con su pelo alisado de peluquería, harto de laca. Ella con su traje sastre
rojo brillante, con su manicura, con sus perlas, con su gesto impenetrable. Él
con sus canas impolutas, retocadas por manos hábiles para darle ese tono a lo
Richard Gere de la Moraleja, con su traje gris de diseñador caro, con su
corbata seguramente italiana. Ellos, con su mirada distante, como si esas
cacerolas solo fuesen un molesto inconveniente, ellos con su gesto altivo,
incapaces de retroceder y volver más tarde, sordos al ruido, ciegos al gentío,
henchidos de soberbia, sabiéndose los dueños de la calle y los dueños de todo.
Dos contra doscientos. Una pareja de putrefacción vestida de gala, contra una
masa humana de dignidad y bolsillos vacíos. Y el grito me salió de algún lugar
que no conocía: hijos de puta.
Hijos de puta, hijos de puta, hijos de puta.
Hijos de puta por vivir a nuestra costa.
Hijos de puta por ir a gastar en una noche de cena y juego el
sueldo de 3 familias.
Hijos de puta por no tener la vergüenza de retroceder y volver
más tarde.
Hijos de puta por pasar frente a nosotros, con sus jodidos
zapatos que cuestan mi sueldo mensual, y franquear la puerta escoltados por los
gorilas del régimen.
Hijos de puta por reíros de nuestra precariedad, sin sonreír,
solo demostrando quien lleva la batuta.
Hijos de puta.
Un tipo se me acerca y me dice que no, que no está bien, que no
es ese nuestro objetivo. Le grito: "déjame, mi objetivo está ahí dentro,
están ahí cenándose mi sueldo y tu sueldo, están ahí ocultando su dinero negro,
están ahí dictando las órdenes a los peleles que nos gobiernan, están ahí
planeando como someternos, como doblegarnos, como humillarnos aún más...!"."No,
no!!" grita el tipo de camisa a rayas, "así lo único que
conseguiremos es dar una mala imagen" "me la suda dar mala imagen, me
la suda!! Yo no lucho para quedar bien con los medios, ni con los dóciles
ciudadanitos que se quedan en casa noche tras noche porque no tienen sangre en
las venas. Me da igual lo que piensen, déjame!". "Cargarán!!, les
estamos dando una excusa para que carguen!!". "¡Que carguen! ¡Que
carguen! Que me abran la cabeza!" Le tomo la mano, se la estrecho con las
mías. "Mira, hermano, vete por tu lado y déjame a mí en el mío. Vete lejos
de la carga, si quieres, pero déjame en paz, yo estoy harta de tener miedo. Se
acabó el miedo para mí."
El tipo se marcha y yo me quedo. Cacerolas, gritos, pitos,
abucheos, silbidos. Más parejas que entran, más cacerolas que suenan, policía
defendiendo a las mujeres de las perlas, trabajadores estúpidos que velan por
la seguridad de aquellos que le pisan el cuello. "No seamos
violentos", me había dicho el tipo de la camisa a rayas. "Violentos
son los de ahi dentro", le grito, tratando de alzarme sobre el ruido de
las cacerolas.
¿violentos?
Hubiéramos debido entrar allí dentro, todos, y joderles la cena.
Deberíamos haber entrado. Yo estaba en la puerta, a dos metros de nosecuantos
nacionales. De pronto unos brazos tiran de mí, son mis compañeros que desde un
poco más atrás observaban lo que sucedía. "Agentes de la autoridad",
muchos, uno detrás de otros, una interminable hilera de zombies acercándose a
nosotros. Mis compañeros querían protegerme; gracias compas, pero yo solo
quería estar ahi, en esa puerta, porque si lográbamos empujar lo suficiente, yo
entraría con los demás. Entraría para gritarles aún más de cerca:
Hijos de puta
Hijos de puta
Hijos de puta
Y volví. Y volví a gritar. Y no cargaron. Y los violentos
siguieron cenando, tranquilamente...
Volveré a mis talleres de no violencia solo porque quiero
apaciguarme por dentro, por salud mental y emocional, pero ya sé claramente de
qué lado estoy, y de qué lado están ellos, y me permitiré mi mínima cuota de
violencia cada vez que me ruja por dentro, y la dejaré salir, y no me importará
recibir dos hostias o tres o cuatro... pero no más miedo, no más humillación,
no más sometimiento a las señoras de las perlas y los tipos con corbata de
seda. Maceraré mi asco y mi desprecio para no olvidar cuál es mi sitio. Y lo
defenderé con uñas y dientes a veces, con cantos y bailes otras. Lo haré a mi
manera, pero sea como sea, os habéis ganado mi odio a pulso, así que bailando o
gritando, lo haré por amor a mi gente, y por odio a vosotros y lo que
representáis.
Y ahora, una vez más, decidme quienes son los violentos: