martes, 1 de marzo de 2016

MARINA Y MARIA JOSÉ





Marina y María José tenían veintiún y veintidós años cuando decidieron hacer lo que hacen tantos, mochilear por latinoamérica: Pero ese es privilegio de los hombres. Para ellos no hay ruleta rusa, y si la hay, solo una bala en el cargador decide su suerte. Para nosotras el cargador tiene como poco una bala sí y una no y antes o después nos tocará, tenlo por seguro. Y lo sabemos, pero no queremos resignarnos a que el mundo sea privilegio de otros, confiamos en poder cuidarnos, vivir, hacer del mundo algo que también puede ser nuestro. Y nos cuidamos, pero seguimos siendo violentadas, porque no se trata de nosotras, se trata de ellos.

Yo también tenía 22 años cuando decidí dejar la casa de mis padres y marcharme a otro país, sola, con una mochila, a buscarme la vida, como hacían ellos. Eran los 90 y éramos pocas las que lo hacíamos y sabíamos que había un riesgo, pero queríamos poder hacer lo que hacían ellos, queríamos poder vivir, sentir que éramos libres, capaces, personas.



Tenía 23 años cuando fui agredida sexualmente y aun así no volví a España, quise seguir intentando hacer lo que hacían ellos, quise seguir viviendo, seguir sintiendo que era libre, capaz, persona. Cuando conté mis agresiones me dijeron "eso te pasa por salir al mundo sola, una mujer no puede hacer eso o se arriesga a lo que le pase". Que es lo mismo que decir "te está bien empleado, por creerte más de lo que eres, por creerte hombre cuando eres mujer". A los 30 años vivía en un pueblo costero y salía caminar a diaro por la playa, caminaba una hora y volvía a casa, pero caminaba con miedo porque no había mujeres por la calle en aquel pueblo pequeño a las 6 de la tarde, cuando ya empezaba a oscurecer en invierno. Algunos hombres sentados en el paseo marítimo empezaron a seguirme en mis paseos, dejé de caminar por la playa y me mantenía cerca de los comercios. Las olas estaban ahí a unos metros, pero me estaban vetadas y yo sentía rabia porque ellos me alejaban de ellas. Al final dejé de salir a caminar. Seguir saliendo a caminar hubiera supuesto "buscarme lo que pudiera pasarme". A los 40 me volví a emparejar después de varios años sola, sin ganas de hombres que me dijesen cómo debía ser, vivir, amar. Pero él, pasado un año, empezó a gritarme, a golpear cosas, a amedrentarme con su cuerpo a pocos centímetros del mío y su mirada iracunda pegada a la mía; luego los zarandeos, la amenaza con el puño. Tardé un año y medio en salir de aquella relación porque cada vez que le dejaba me acosaba, se presentaba en mi casa a cualquier hora, me llamaba quince veces en un día, y la policía pensaba que no era suficiente como para denunciarle. La abogada sabía que no había caso. Yo tenía más miedo de él cuando le dejaba que cuando le permitía volver, y cuando volvía, tenía miedo de nuevo. Busqué ayuda y me dijeron "estás con él porque quieres, no quiero volver a saber nada del tema, tú verás lo que haces". Busqué ayuda y me dijeron "no entiendo qué haces con él, eres tonta, tú eres feminista y luego ¿caes en esto?". Busqué ayuda en los servicios sociales, y él me gritó puta delante de la trabajadora social, le increpé, le mandé a la mierda. La trabajadora dijo que yo había sido tan agresiva como él.

Saltarse el mandato que nos quiere en casa, sumisas, víctimas del miedo, está sancionado por la corporación machista y nos castigará por ello una y mil veces. Ni aún muertas nos dejará en paz, y buscará en nosotras la culpa de las violencias recibidas, perpetradas con connivencia de todos ellos. Y en casa, sumisas y víctimas del miedo, seguimos siendo vistas como culpables de las violencias de los hombres que con nosotras conviven. No hay escapatoria: siempre habrá algo que podríamos haber hecho de otro modo para no merecer lo que nos pase. "Nos pasa" -no nos lo hacen- por lo que nosotras hacemos, o no hacemos. 

Marina y Maria José han sido asesinadas por hombres, eso debería ser más que suficiente para admitir que la violencia está ahí, en ellos, constante, acechando. Pero no lo admiten, porque es más fácil culpar a la víctima que asumir responsabilidad por una cultura que entre todos fomentan y perpetúan. Pretenden descargarse haciendo creer que la culpa fue de ellas, que fueron irresponsables, que pidieron alojamiento a hombres borrachos, como si eso justificase por sí mismo su asesinato, como si les restase culpa a ellos, así no tienen que revisarse, admitir su violencia. Es más fácil decir "te metiste donde no debías" que asumir que este es un mundo en el que los hombres asesinan mujeres porque pueden, porque incluso cuando matan, la culpa es nuestra. Así siempre tendremos miedo: cuando viajemos, cuando salgamos de noche, cuando caminemos por la playa, cuando convivamos con una pareja violenta. Siempre atemorizadas y llenas de culpa. 
Dicen "no todos los hombres", dicen "sois exageradas", dicen "veis enemigos por todas partes", y cuando nos negamos a pensar que el mundo es un lugar oscuro lleno de machos violentos por todas partes, cuando decidimos que no será así, que podemos simplemente vivir y hacer, entonces nos recriminan no habernos cuidado apropiadamente de aquellos de los que deberíamos haber pensado que eran enemigos, debíamos haber pensado que todos los hombres, si, deberíamos haber pensado de modo exagerado, y si no, ahí tienes lo que buscabas. Doble mensaje, siempre ahí para volvernos locas, para culpabilizarnos hagamos lo que hagamos, siempre.



Marina y María José están muertas y con ellas morimos un poco todos los días todas las demás, morimos no solo cuando nos matan, morimos cuando aceptamos que el mundo es un lugar oscuro lleno de hombres violentos y dejamos de vivir lo que quisiéramos, y morimos cuando no aceptamos que el mundo es un lugar oscuro lleno de hombres violentos, y nos toca la bala del cargador de la ruleta rusa que manejamos a diario, sin haberlo escogido. Es imposible nombraros a todas, hermanas violentadas, traficadas, violadas, golpeadas, prostituidas, asesinadas. Es imposible nombraros porque sois demasiadas, quisiera nombraros y honraros pero la lista nunca tendría fin, y vuestros nombres no están en ningún registro, a menos que salgáis en las noticias, y aún así, vuestros nombres se pierden entre los de tantas otras. Por eso hoy os llamo, nos llamo a todas, Marina y María José. Y las abrazo deseando que la tierra les sea leve, y nos abrazo deseando que esta Tierra nos sea leve, y busco en algún lugar el impulso para seguir luchando para que llegue el día en que así sea y esta Tierra sea también nuestra y podamos simplemente vivir sin estar condenadas a muerte.